A los hombres y mujeres
que son dueños de hombres y mujeres.
Aquellos de nosotros que deberíamos haber llegado
a ser amantes
no os perdonaremos
por desperdiciar nuestros cuerpos y nuestro tiempo.
- Leonard Cohen
Me imagino que a partir de esta entrada me arriesgo a que un buen nutrido grupo de lujuriosos reptiles hagan acto de aparición en éste blog. No obstante, me resbala lo bastante como para que decida escribir sin cortapisas de ninguna clase. Al fin y al cabo, la corrección política nunca ha sido mi bandera, aunque ya hablaremos en otra ocasión de la estúpida moda actual de lo políticamente correcto, y lo políticamente incorrecto. Por cierto, imbéciles, que el uso que se le da a políticamente (in)correcto es del mismo calibre que la expresión violencia de género. Es decir, sin sentido. Lo dicho, sin embargo: de eso trataremos otro día.
No sé a cuántos le sorprenderá que la primera entrada, presentación, café y copa aparte, vaya a dedicarla al mundo del BDSM, porque en contra de lo que alguno pueda haber pensado, no hay ningún doble sentido en el título: es exactamente lo que dice, y es exactamente de lo que quiero hablar. Además, evidentemente todo forma parte de una estrategia comercial para atraer de forma rápida e indolora (sí, era una ironía) al público al ruedo, ya que no es ningún secreto que en esta sociedad el sexo vende, y más por Internet; ¡sólo hay que recurrir al Google para comprobarlo! Así que una entrada en la que estratégicamente hablemos de sexo, amos y sumisos de ambos sexos, BDSM y otras perversiones es simple publicidad (introduzca risa maléfica aquí). Los lamentos, la ventanilla de la izquierda, muchas gracias por su colaboración.
Sin entrar en detalles que no vienen a cuento, conozco a un supuesto amo y su supuesta sumisa con los que tengo una cierta relación de tibia amistad, en el mejor de los casos. He conocido a algunos más que se dedican a ése juego, en mayor o menor grado, y antes de que nadie se escandalice, me es indiferente que por esto hagan cábalas de mis gustos personales; además de que seguramente no acertarían, eso no va a bajar el paro, salvar a un niño del África o hacer que adopten a un perro abandonado.
La cuestión es que la relación que esa pareja mantiene tiene completamente absorbida a la integrante femenina, y sumisa, de la ecuación. Tanto, que no es la primera vez que me la encuentro con la cara marcada a golpes, los labios hinchados, o sus pómulos violáceos, cuando el amo decide castigarla por algún crimen de esos que los amos (y amas) imponen a sus sumisos cuando no lamen bien sus botas o no se meten una botella por el recto en el tiempo que le indican. En ocasiones no le permite salir de casa, o hablar con determinada gente, según su capricho. O tiene que dirigirse hacia una persona de una forma determinada. O… creo que comprenden el intríngulis del asunto. También es cierto que éste no es un caso aislado, sino que conozco algunos otros.
No quiero ponerme a dar juicios de valor o moral, ni meterme en los gustos de la gente. Lo que haga cada persona, o pareja, de puertas adentro, es de su incumbencia. Pero ateniéndome a la libertad de expresión, expreso que todo tiene unos límites, y que llegar al extremo, por mucho que te atraiga la estética o las prácticas BDSM, de que es otra persona quien tiene el absoluto control sobre tu vida, que no tienes criterio, que te está agrediendo, que está atentando contra tu salud, es absurdo, peligroso y perfectamente recriminable, especialmente si ante la posibilidad de cortar esas prácticas, o de negarse a participar en ellas, la respuesta es una mirada como si tú estuvieras loco y una rápida sucesión de excusas y de disculpas completamente estúpidas. Todos esos cacareados amos que tan rápidamente acuden al Precepto de Sumisión deberían recordar cuál es la base del BDSM: Sano, Seguro y Consensuado. Pero sobre todo, deberían recordarlo todos esos sumisos, de ambos sexos, qué significan esas tres reglas básicas en cualquier práctica BDSM. Porque si son ellos mismos los que se niegan sus derechos, y sus personalidades, entonces bien merecido tienen aguantar a sus señores.
Por eso considero que los amos que traspasan esos límites son unos idiotas peligrosos.
Por eso considero que las sumisas que traspasan esos límites son gilipollas totales.
No sé a cuántos le sorprenderá que la primera entrada, presentación, café y copa aparte, vaya a dedicarla al mundo del BDSM, porque en contra de lo que alguno pueda haber pensado, no hay ningún doble sentido en el título: es exactamente lo que dice, y es exactamente de lo que quiero hablar. Además, evidentemente todo forma parte de una estrategia comercial para atraer de forma rápida e indolora (sí, era una ironía) al público al ruedo, ya que no es ningún secreto que en esta sociedad el sexo vende, y más por Internet; ¡sólo hay que recurrir al Google para comprobarlo! Así que una entrada en la que estratégicamente hablemos de sexo, amos y sumisos de ambos sexos, BDSM y otras perversiones es simple publicidad (introduzca risa maléfica aquí). Los lamentos, la ventanilla de la izquierda, muchas gracias por su colaboración.
Sin entrar en detalles que no vienen a cuento, conozco a un supuesto amo y su supuesta sumisa con los que tengo una cierta relación de tibia amistad, en el mejor de los casos. He conocido a algunos más que se dedican a ése juego, en mayor o menor grado, y antes de que nadie se escandalice, me es indiferente que por esto hagan cábalas de mis gustos personales; además de que seguramente no acertarían, eso no va a bajar el paro, salvar a un niño del África o hacer que adopten a un perro abandonado.
La cuestión es que la relación que esa pareja mantiene tiene completamente absorbida a la integrante femenina, y sumisa, de la ecuación. Tanto, que no es la primera vez que me la encuentro con la cara marcada a golpes, los labios hinchados, o sus pómulos violáceos, cuando el amo decide castigarla por algún crimen de esos que los amos (y amas) imponen a sus sumisos cuando no lamen bien sus botas o no se meten una botella por el recto en el tiempo que le indican. En ocasiones no le permite salir de casa, o hablar con determinada gente, según su capricho. O tiene que dirigirse hacia una persona de una forma determinada. O… creo que comprenden el intríngulis del asunto. También es cierto que éste no es un caso aislado, sino que conozco algunos otros.
No quiero ponerme a dar juicios de valor o moral, ni meterme en los gustos de la gente. Lo que haga cada persona, o pareja, de puertas adentro, es de su incumbencia. Pero ateniéndome a la libertad de expresión, expreso que todo tiene unos límites, y que llegar al extremo, por mucho que te atraiga la estética o las prácticas BDSM, de que es otra persona quien tiene el absoluto control sobre tu vida, que no tienes criterio, que te está agrediendo, que está atentando contra tu salud, es absurdo, peligroso y perfectamente recriminable, especialmente si ante la posibilidad de cortar esas prácticas, o de negarse a participar en ellas, la respuesta es una mirada como si tú estuvieras loco y una rápida sucesión de excusas y de disculpas completamente estúpidas. Todos esos cacareados amos que tan rápidamente acuden al Precepto de Sumisión deberían recordar cuál es la base del BDSM: Sano, Seguro y Consensuado. Pero sobre todo, deberían recordarlo todos esos sumisos, de ambos sexos, qué significan esas tres reglas básicas en cualquier práctica BDSM. Porque si son ellos mismos los que se niegan sus derechos, y sus personalidades, entonces bien merecido tienen aguantar a sus señores.
Por eso considero que los amos que traspasan esos límites son unos idiotas peligrosos.
Por eso considero que las sumisas que traspasan esos límites son gilipollas totales.