lunes, 7 de abril de 2008

Mensaje en una botella

Algunos creen que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud.
                                                                                                     - Aristóteles


Dices que soy tu mejor amigo.

Te lo he oído decir a menudo, y me lo demuestras porque soy quien llamas cuando te sientes jodido. Soy quien escucha todos y cada uno de tus problemas, y quien prefieres (de entre todas las cabezas pensantes que te rodean) que te dé consejo cada vez que no sabes qué rumbo tomar. Soy la única persona que es capaz de mantener la cabeza fría cerca de ti cuando la tuya se ha calentado demasiado.

Soy la persona que siempre tiene un aviso que darte. Soy ese tipejo simpaticón que te paga las copas cuando te quedas sin dinero y quien siempre tiene tiempo para tomarse “la última” contigo. Soy quien siempre tiene un plan que proponerte y quien tiene un euro a mano para dejarte cuando tu cartera se declara en suspensión de pagos. Jamás me ha importado echarte una mano. Soy al que llamas cuando necesitas un favor, cuando no tienes a quién recurrir, cuando te has desesperado y cuando requieres que alguien te saque las castañas del fuego.

Soy el único al que puedes llamar para anular los planes y la única persona a la que no te importa dejar de ver porque estás muy ocupado. Soy el único al que dejas plantado por cualquier otro. Soy quien tiene que echarte siempre una mano con tus líos de faldas. Soy a quien llamas cuando no tienes ningún otro plan o cuando los demás también están demasiado ocupados para quedar contigo. Soy a quien llamas porque te aburres con tus compadres, o porque te han dejado plantado.

Soy la última persona con la que cuentas para quedar. Soy el único al que puedes dar largas indefinidamente. El único al que puedes ignorar. Porque soy tu mejor amigo: soy la puta última persona de tu agenda.

Y de esta manera no quiero ser tu mejor amigo. No me merece la pena.

lunes, 31 de marzo de 2008

Something stupid

"Hay siempre algo de locura en el amor; pero siempre hay algo de razón en la locura."
                                                                                                                                - Friedrich Nietzsche



Hay multitud de escenas cotidianas que están fuera de lugar. Me refiero, a que ahí están, y las vemos, pero rompen el ambiente artificial de seres perfectos y cristalinos que nos creemos, y metemos la pata, nos rompemos, nos cortamos con los cristalitos, ay. Son pequeñas escenas que sencillamente “no pegan”: es cuando un hombre de traje y con maletín tropieza con sus propios pies, y trastabilla y se incorpora sin perder el rostro serio ni la cara avinagrada ante la mirada jocosa de la inesperada audiencia.

Es el momento en que sobre la ciudad diluvia y dos chicas arregladas como para un pase de modelos resbalan en una traidora tapa de metal cuidadosamente lisa, y ruedan, y sus chaquetitas blancas, su paraguas ridículamente pequeño y su cara maquillada se confunden en un cuadro abstracto de barro y agua negra. ¿Quién no ha visto al típico niño pequeño haciendo en solitario equilibrios en el bordillo de una acera de una calle transitada por locos al volante mientras la madre atiende, con muy buen juicio materno, los problemas de falta de riego sanguíneo de su amiga?

Son cosas estúpidas que no deberían pasar.

Como que yo te diga te quiero, y tú respondas: ¿no piensas correrte nunca?

miércoles, 5 de marzo de 2008

Soliloquio circunstancial

La peor soledad que hay es el darse cuenta de que la gente es idiota.
                                                                             - Gonzalo Torrente Ballester


Hablando con un amigo ayer de madrugada nos pusimos hablar de los viejos tiempos. Cuando éramos unos críos y bebíamos Tang en casa de A. y J. aún no había aprendido a tocar el bajo. Me imagino que echamos en falta esos tiempos, donde todos aprobábamos con la gorra y nada mejor que darle patadas a un balón o perseguirnos entre los columpios de los parques para desahogarse. También está el rollo de ser la época del primer beso (ahora será ya del primer polvo), de despellejarte las rodillas jugando, donde un verano sin globos de agua no era verano y en general de ser el tiempo en que hacías todas esas cosas que la chiquillada debería hacer por decreto de ley. De todo eso y siendo claro ahora mismo no me apetece hablar, pero hace su función como introducción mediocre para lo que pretendía redactar, y que seguramente dará la impresión que no tiene nada que ver con la parrafada anterior: pues tienen razón, pero así empezó la conversación y así acabé bebiéndome tres cervezas mirando otro capítulo infumable de El Equipo A grabado en el más cutre formato DivX mientras me quedaba pensando en la Crítica de la Razón Pura y en que debería beber una marca de cerveza de mejor calidad.

Hasta aquí ustedes podrán llegar a la conclusión de que sin duda me aburro mucho con mi vida y que podría irme a criar ovejas al Aconcagua. Es probable que tampoco les falte razón. Pero sumerjámonos como el Titanic en la oferta del día, que escribir por escribir es poesía: ¿de qué narices estoy hablando y a quién le importa? Lo segundo no podría responderlo, pero de lo primero más o menos tengo una idea y por eso cada una de las letras amorosamente tecleadas hasta la presente palabra, final de frase, punto. ¿Nunca se han dado cuenta de que en ocasiones conoces gente que despierta tu interés, pero tienes que ver cómo estás obligado a que no puedas volver a verla a causa de una serie de catastróficas desdichas en las que no pinchas, cortas ni trinchas?

Ayer I. me contaba la historia de la novia de un amigo, llamémosla Alc., que conoció de rebote y por mediación de, evidentemente, el novio. Resumiré todo el pastel diciendo que la llamada Alc. demostró ser una compañía estupenda durante toda la velada, y que de buen grado habría quedado en más ocasiones con ella, o habría continuado la relación hasta quizá una buena amistad, o al menos saber que en una ciudad extraña tienes un rostro conocido más con el que puedes degustar un piscolabis sin sentirte solo. Pero bastó un revés de la vida para mandarlo al cuerno: y es que, en este caso, una ruptura sentimental causó que cada uno vaya ahora por su esquina, por lo que Alc. será sólo una nota a pie de página para K., y para I. y el ‘ya nos veremos’ que se pronuncia de rigor en toda despedida no tendrá más validez que el papel mojado.

Esta insípida anécdota me hizo pensar, con grave riesgo para la salud ajena, e hice balance de todas las veces que las circunstancias de los demás, o las propias (una ruptura sentimental, un enfado con un amigo, la falta de valor para pedir un teléfono) me hicieron perder la oportunidad de conocer un poco más a personas que expelían aroma a merecer la pena. Terminé la segunda cerveza y realicé el paso lógico de abrir una tercera mientras le daba vueltas a una frase.

Cuánta gente dejas pasar de largo en tu vida.

viernes, 22 de febrero de 2008

Amos idiotas, sumisas gilipollas



A los hombres y mujeres
que son dueños de hombres y mujeres.

Aquellos de nosotros que deberíamos haber llegado
a ser amantes
no os perdonaremos
por desperdiciar nuestros cuerpos y nuestro tiempo.

                                                                                - Leonard Cohen


Me imagino que a partir de esta entrada me arriesgo a que un buen nutrido grupo de lujuriosos reptiles hagan acto de aparición en éste blog. No obstante, me resbala lo bastante como para que decida escribir sin cortapisas de ninguna clase. Al fin y al cabo, la corrección política nunca ha sido mi bandera, aunque ya hablaremos en otra ocasión de la estúpida moda actual de lo políticamente correcto, y lo políticamente incorrecto. Por cierto, imbéciles, que el uso que se le da a políticamente (in)correcto es del mismo calibre que la expresión violencia de género. Es decir, sin sentido. Lo dicho, sin embargo: de eso trataremos otro día.

No sé a cuántos le sorprenderá que la primera entrada, presentación, café y copa aparte, vaya a dedicarla al mundo del BDSM, porque en contra de lo que alguno pueda haber pensado, no hay ningún doble sentido en el título: es exactamente lo que dice, y es exactamente de lo que quiero hablar. Además, evidentemente todo forma parte de una estrategia comercial para atraer de forma rápida e indolora (sí, era una ironía) al público al ruedo, ya que no es ningún secreto que en esta sociedad el sexo vende, y más por Internet; ¡sólo hay que recurrir al Google para comprobarlo! Así que una entrada en la que estratégicamente hablemos de sexo, amos y sumisos de ambos sexos, BDSM y otras perversiones es simple publicidad (introduzca risa maléfica aquí). Los lamentos, la ventanilla de la izquierda, muchas gracias por su colaboración.

Sin entrar en detalles que no vienen a cuento, conozco a un supuesto amo y su supuesta sumisa con los que tengo una cierta relación de tibia amistad, en el mejor de los casos. He conocido a algunos más que se dedican a ése juego, en mayor o menor grado, y antes de que nadie se escandalice, me es indiferente que por esto hagan cábalas de mis gustos personales; además de que seguramente no acertarían, eso no va a bajar el paro, salvar a un niño del África o hacer que adopten a un perro abandonado.

La cuestión es que la relación que esa pareja mantiene tiene completamente absorbida a la integrante femenina, y sumisa, de la ecuación. Tanto, que no es la primera vez que me la encuentro con la cara marcada a golpes, los labios hinchados, o sus pómulos violáceos, cuando el amo decide castigarla por algún crimen de esos que los amos (y amas) imponen a sus sumisos cuando no lamen bien sus botas o no se meten una botella por el recto en el tiempo que le indican. En ocasiones no le permite salir de casa, o hablar con determinada gente, según su capricho. O tiene que dirigirse hacia una persona de una forma determinada. O… creo que comprenden el intríngulis del asunto. También es cierto que éste no es un caso aislado, sino que conozco algunos otros.

No quiero ponerme a dar juicios de valor o moral, ni meterme en los gustos de la gente. Lo que haga cada persona, o pareja, de puertas adentro, es de su incumbencia. Pero ateniéndome a la libertad de expresión, expreso que todo tiene unos límites, y que llegar al extremo, por mucho que te atraiga la estética o las prácticas BDSM, de que es otra persona quien tiene el absoluto control sobre tu vida, que no tienes criterio, que te está agrediendo, que está atentando contra tu salud, es absurdo, peligroso y perfectamente recriminable, especialmente si ante la posibilidad de cortar esas prácticas, o de negarse a participar en ellas, la respuesta es una mirada como si tú estuvieras loco y una rápida sucesión de excusas y de disculpas completamente estúpidas. Todos esos cacareados amos que tan rápidamente acuden al Precepto de Sumisión deberían recordar cuál es la base del BDSM: Sano, Seguro y Consensuado. Pero sobre todo, deberían recordarlo todos esos sumisos, de ambos sexos, qué significan esas tres reglas básicas en cualquier práctica BDSM. Porque si son ellos mismos los que se niegan sus derechos, y sus personalidades, entonces bien merecido tienen aguantar a sus señores.

Por eso considero que los amos que traspasan esos límites son unos idiotas peligrosos.
Por eso considero que las sumisas que traspasan esos límites son gilipollas totales.

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Regresamos.