- Friedrich Nietzsche
Hay multitud de escenas cotidianas que están fuera de lugar. Me refiero, a que ahí están, y las vemos, pero rompen el ambiente artificial de seres perfectos y cristalinos que nos creemos, y metemos la pata, nos rompemos, nos cortamos con los cristalitos, ay. Son pequeñas escenas que sencillamente “no pegan”: es cuando un hombre de traje y con maletín tropieza con sus propios pies, y trastabilla y se incorpora sin perder el rostro serio ni la cara avinagrada ante la mirada jocosa de la inesperada audiencia.
Es el momento en que sobre la ciudad diluvia y dos chicas arregladas como para un pase de modelos resbalan en una traidora tapa de metal cuidadosamente lisa, y ruedan, y sus chaquetitas blancas, su paraguas ridículamente pequeño y su cara maquillada se confunden en un cuadro abstracto de barro y agua negra. ¿Quién no ha visto al típico niño pequeño haciendo en solitario equilibrios en el bordillo de una acera de una calle transitada por locos al volante mientras la madre atiende, con muy buen juicio materno, los problemas de falta de riego sanguíneo de su amiga?
Son cosas estúpidas que no deberían pasar.
Como que yo te diga te quiero, y tú respondas: ¿no piensas correrte nunca?
Es el momento en que sobre la ciudad diluvia y dos chicas arregladas como para un pase de modelos resbalan en una traidora tapa de metal cuidadosamente lisa, y ruedan, y sus chaquetitas blancas, su paraguas ridículamente pequeño y su cara maquillada se confunden en un cuadro abstracto de barro y agua negra. ¿Quién no ha visto al típico niño pequeño haciendo en solitario equilibrios en el bordillo de una acera de una calle transitada por locos al volante mientras la madre atiende, con muy buen juicio materno, los problemas de falta de riego sanguíneo de su amiga?
Son cosas estúpidas que no deberían pasar.
Como que yo te diga te quiero, y tú respondas: ¿no piensas correrte nunca?